Taller Macedonio Fernández en el Círculo Médico de Lomas de Zamora

miércoles, 17 de diciembre de 2014

ese pabilo humeante inclinaba las espaldas

Había comenzado a ser el nuevo copista en el viejo convento de La Mancha. Mis maestros admiraban la dedicación que había mostrado aún siendo muy joven y ellos mismos alentaban mi tarea amanuense. Con el paso de los años supe de mis cansancios, de los pesares que mi osamenta acusa ante la dificultad de esta noble y prestigiosa tarea que se manifiesta en dolores, ambientes húmedos, obscuros y reclusos. Pero no sólo quejas. Qué inmenso placer y servicio es el nuestro, sabemos que la humanidad estará agradecida por tanta revelación. El padre Paco siempre me decía que el cuerpo no era lo más importante –claro no el suyo- que había que saber trabajar los materiales, estos sí aportaban la ductilidad del escrito en su compuesto. Solo tres dedos son los que escriben, pero se deforma la espalda, se va perdiendo la vista y se retuerce todo el cuerpo. Una tarde, frente al patio del ala principal, ascendí lentamente desde mi cuarto, un ventanal me había mostrado cómo las nubes rompían casi incendiadas. Me detuve en ellas, y no, no era el cielo que revelaba el manuscrito, pero sus tonos le dieron el descanso a lo arduo del trabajo. Nunca me fatigaba, ni frente a mi atril, ni a los materiales, y a pesar de las hostilidades diarias, persistía porque éste era un deber tan sagrado como humano. Recordaba siempre, no sé por qué, "tan solo tres dedos son los que escriben, pero se deforma la espalda, se va perdiendo la vista y se retuerce todo el cuerpo" Al otro, claro a Pedro también le ocurría lo mismo, como a todos pero ahora él recién comenzaba y su ímpetu permanecía inalterable, con la fiel certeza de trabajar para despertar a la humanidad y para su propio desafío. Fuera a saber uno si esto alguna vez importaría. Pero los monjes no permiten ni la queja ni el quebranto. Quizá, ellos tampoco hayan escuchado a su cuerpo. Hoy no lo sé. He vuelto a preparar mi pluma, señalado el espacio para cada texto y margen; el cálamo y la tinta, fabricada con negro humo, agallas de roble o mezcla de corteza. He clocado el original frente a mí, allí donde posaba el himnario con el pergamino en pieles de oveja. La luz……no, ese pabilo humeante inclinaba las espaldas ahora dobladas, y adormecía sin tregua mis ojos. Al despertar, en la hora primera de la mañana dejé de copiar sus cánticos, abrí mis ojos, comencé a danzar entre el silencio del cuarto y la quietud de unos brazos que me sostenían. Quebranté en mi alma, los dedos y todo el cuerpo, la música se esparcía tras la humedad de las gastadas paredes. El copista, 2014. Inédito